lunes, 21 de noviembre de 2011

Sexo sin rodeos, directo al cerebro

Publicado en La Silla Vacía, Noviembre 21 de 2011


A final de los 60, Natalja Bechterewa del Instituto de Medicina Experimental en Leningrado estimulaba eléctricamente el tálamo de pacientes con Parkinson. Algunos reportaron experiencias placenteras. Una mujer de 37 años no solo evocó sensaciones que la llevaron al orgasmo sino que “empezó a visitar con más frecuencia el laboratorio e iniciaba conversaciones con los asistentes. Los esperaba en los corredores o el jardín para averiguar cuando sería la próxima sesión”.
Años antes Robert Heath en Tulane lograba que algunos pacientes tuvieran un orgasmo con corrientazos administrados por ellos mismos. En una sesión, B-19, un gay con electrodos implantados en el cerebro se auto estimuló unas 1.500 veces, hasta “experimentar una abrumadora euforia de la cual tuvo que ser desconectado a pesar de sus enérgicas protestas”. Hay quienes opinan que la estimulación placentera del cerebro debería ser un derecho inalienable. Pero tales experimentos fueron prohibidos y hoy se realizan sólo con animales.

La sexualidad humana es peculiar, pero comparte con otras especies  un gatillo cerebral del goce. En los años 50, se descubrieron en el cerebro unos centros de placer, cuya estimulación es intensamente gratificante. De manera más fuerte que B-19, si un ratón aprende a auto estimularse con una palanca, morirá de hambre, “nadará fosos, saltará vallas, o cruzará rejillas electrificadas para alcanzarla”. Como las drogas, este sexo directo es adictivo. El ratón le dará y le dará a su amada palanca hasta quedar exhausto. 
La variante actual del corrientazo es un estímulo visual al cerebro. El goce llega sin trámites ni colaboradores, sólo con una ayuda manual. Es privado y gratuito. Con la generalización del porno en Internet, es inevitable pensar en el orgasmotrón de El Dormilón pero también en los roedores obsesionados con la palanca. Ahora son hombres quienes, enganchados a su ratón, estimulan su cerebro con una variedad, novedad e intensidad que ni los emperadores chinos, ni los sultanes turcos, pudieron siquiera imaginar. La pornoweb permite que cualquier macho monte su propio harem, con amplio menú de coreografías y servicios. Cuando no se es poderoso se juega a emular a Gadafi, Berlusconi o Gengis Khan. El cerebro sexual masculino es tan sensible a lo visual, y tan obsesionado con la variedad, que se come enterito el cuento del harem que llega por la red. No sorprende que las mujeres, sexualmente más sofisticadas e inteligentes, no entiendan semejante idiotez. 
La dinámica de lo que algunos consideran una adicción sería similar a la de las drogas. El estímulo de los caprichos virtuales gratuitos y a la carta es tan vigoroso que podría deteriorar el cableado entre neuronas para requerir dosis crecientes de excitación. Si a la escalada se suman otras emociones –sorpresa, rabia, disgusto, desprecio, asco, miedo, vergüenza- el enganche es más sólido. Se anota que, por eso, las escenas porno son cada vez más duras y estrambóticas.  Algo similar le ocurre a los poderosos que, sin restricciones, parecen volverse adictos al sexo, además de excéntricos o bruscos. 

Para una de sus novelas, Tom Wolfe gastó años observando estudiantes en los campus. En un pasaje, uno de ellos llega al dormitorio.
-       ¿Alguien tiene porno? 
-       En el tercer piso hay revistas para una mano
-       Ya desarrollé tolerancia a las revistas, necesito un video

No se sabe de usuarios que, cual ratón experimental, estén dispuestos a grandes sacrificios por una nueva dosis. Pero sí de algunos que, sin buscarlo, "desarrollan tolerancia". Si un pin up con sonido es suficiente para sus primeros pinitos, después se aburren con lo soft y aventuran en el hard. Paralelamente, pierden interés sexual en sus parejas. La dura realidad de una mujer que ni siquiera tiene dotes de gimnasta, cadencia felina, obsesión por las paletas, corsetería de lujo ni repertorio de jadeos, se puede traducir en disfunción eréctil.  La adicción al sexo virtual podría llevar a gustos y preferencias no imaginados en la alcoba doméstica. Si se ha visitado en la red el trío de una cougar, su hija embarazada y el yerno travesti fustigados por el mayordomo sado en un gallinero, el polvo semanal con la de siempre parecerá insípido.  

La incidencia del trastorno está lejos de conocerse. Muchos enganchados, dispersos entre usuarios ocasionales, no saben que lo están: ingenuamente creen tenerlo todo bajo control. Aunque cual ratones le den y le den sin parar, para que luego no se les pare. 

Conviene hacer explícito que estos no son argumentos moralistas para la prohibición del porno, que sería inocua. La canasta de adicciones potenciales es variada: va desde el chocolate hasta el jogging o el rezo matutinos. Y sería un despropósito entregarle otro jugoso negocio a las mafias. Más sensato que ilegalizar es dejar que cada quien administre los costos de sus aficiones.   

El fenómeno del autocibersexo, oh sorpresa, es poco femenino. Las usuarias de porno de cualquier edad son escasas y la frigidez por saturación de estímulos virtuales suena a chiste flojo. Aquí el cuento de la educación diferencial por género no convence. Nadie creerá que los baby boomers o la generación X, ya bajo la presión feminista, indujeron a sus hijos varones al porno con tolerancia creciente, y a sus hijas las mantuvieron alejadas de las video tiendas y la web. Ellas también tiran cada vez más jóvenes, están conectadas y tienen celular, pero para otros asuntos. Al igual que ellos, lo pueden ver lo que les antoje en privado en privado e informarse en la prensa sobre el porno decentepero les interesa menos. Si las farmaceúticas no han dado con el equivalente rosado del Viagra, la industria XXX busca sin éxito la veta porno que atraiga a las mujeres. Simplemente no existe una demanda como la que sí bulle del lado varonil.

No se sabe a qué se dedicó Natalja Bechterewa al final de su vida. Tal vez trató de vender la bitácora de las sesiones con la paciente  enamorada de los electrodos. La tecnología para meter voltios en el cerebro tiene demanda en varios sectores, desde la terapia sexual hasta el control de las manifestaciones estudiantiles. 
Referencias