Por Silvano Agosti (Enviado por Arturo)
No es "a la colombiana", pero vale la pena.
lunes, 23 de mayo de 2011
jueves, 19 de mayo de 2011
Arrechometría criolla, con técnicas manuales
Por Mauricio Rubio
La primera vez que oí hablar de Helí Alzate fue en un libro, escrito por la periodista Mary Roach, que no trata directamente sobre sexualidad sino que brinda una divertida historia de su estudio, con énfasis en los afanes, logros, desaciertos y vericuetos de quienes se han dedicado a entender los misterios del sexo y el deseo. Allí aparece mencionado este investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Caldas, a raíz de un trabajo que publicó en 1984 con Maria Ladi Londoño, una psicoterapeuta de Manizales, en el Journal of Sex & Marital Therapy.
El historial académico de este compatriota, nacido en 1934 y médico de formación, fue respetable. Su interés por los asuntos sexuales se inició por donde todos empezamos, por la leche. Los primeros trabajos publicados fueron sobre la intolerancia a la lactosa. En 1969 coronó con este tema en un journal internacional de nutrición. En 1978, ya había logrado publicar un artículo sobre la sexualidad de las estudiantes de la Universidad de Caldas en el prestigioso Archives of Sexual Behavior. Fuera de las recurrentes citas de sus trabajos, un síntoma de la verdadera importancia de Alzate, en mi opinión, es haber podido colocarse sin palancas en Bonk al lado de personajes de la talla de Kinsey y Masters & Johnson. Un logro de ese calibre sería algo como un trabajo de Alfredo Molano analizado en un libro extranjero al lado de los aportes de Weber, Durkheim, o Bordieu.
En abierto contraste con su reconocimiento internacional, en Colombia, fuera de un reducido círculo de sexólogos, se ha hablado muy poco de Helí Alzate. La única vez que aparece en el archivo en línea de El Tiempo es a raíz de una mención que se hizo de él en un congreso de sexología realizado en Cartagena en el 2001, tres años después de su deceso. Aún allí, el venerable investigador fue utilizado como simple soporte para los resultados de un opinómetro. La referencia, en la que de pasada se reconoce su importancia, no es extensa. "Uno de los pioneros de la sexología en América Latina, Helí Alzate, hablaba de la búsqueda y disfrute responsables del placer, que se da en 5 fases: la primera es la apetitiva, que tiene que ver con el despertar del deseo; luego viene la relacional, en donde entra en juego el vínculo que hay entre dos personas y de cada una consigo misma; la tercera es la estimulante, en la que intervienen las caricias y los estímulos a través del tacto, la mirada, etc."
El artículo del año 84, "Vaginal Erotic Sensitivity" -que es corto y vale la pena leer- requiere pocos comentarios. Traducir los puntos más relevantes y mencionar brevemente el contexto del experimento en el que se basó es casi suficiente. En ese momento, un debate central en sexología era si existía o no el orgasmo puramente vaginal en las mujeres. Luego de varias décadas de dominio de los psicoanalistas, que habían decretado que lo del clítoris era un simple rezago de "eroticismo infantil", con alguna evidencia empírica se empezaba a rescatar la importancia de tan subestimado personaje. Masters & Johnson se fueron al otro extremo entregándole el papel protagónico, y afirmando que cuando las mujeres lograban tener orgasmo con simple coito era porque, de todas maneras, había estimulación del clítoris. De manera pragmática, y adelantándose varios años al conocimiento actual, Alzate se negó a descartar la evidencia que sugería que los orgasmos femeninos eran algo tan variado que hasta allá podía llegarse por más de una vía. Hoy, por ejemplo, se piensa que algunas mujeres pueden lograrlo mentalmente, sin estímulo físico.
Para corroborar si efectivamente eran pertinentes ambos tipos de orgasmos -de clítoris y vaginal- Alzate y su colega utilizaron 48 voluntarias, todas "coitalmente experimentadas". A 16 de ellas, les pagaron su participación en el estudio. Fueron reclutadas en Manizales "a través de los buenos oficios de una madame conocida por uno de los autores (HA). La mitad de ellas eran prostitutas activas y abiertas y el resto eran prostitutas retiradas o clandestinas. Tenían un bajo nivel educativo y su edad promedio era de 28 años". A las 32 voluntarias restantes no se les pagó. "Fueron reclutadas por el boca a boca entre círculos feministas, con la ayuda de algunos investigadores amigos en Manizales, Cali y Bogotá". Con una edad media de 30 años, la mayoría tenían educación universitaria. Once de ellas eran solteras, igual número casadas y siete separadas.
El procedimiento experimental fue aprobado por la Universidad. Dependiendo del lugar de residencia se aplicó en las oficinas de los investigadores, en el consultorio de un médico cooperador o en una habitación amoblada en alguna institución. Antes del examen se les pidió a las participantes que vaciaran su vejiga, se recogieron datos demográficos e información "relacionada con las prácticas de masturbación y de coito".
Para el experimento, las voluntarias se acostaban con las rodillas dobladas o las piernas extendidas -como se sintieran más cómodas- y el examinador, "con sus manos lavadas, insertaba su dedo índice y/o medio lubricados en la vagina y procedía a friccionar de manera sistemática las dos paredes vaginales, aplicando un presión rítmica de moderada a fuerte, en ángulo con la pared, desde la mitad inferior a la mitad superior de la vagina. A la voluntaria se le pedía que indicara las sensaciones, eróticas o no, que experimentaba en las diferentes zonas estimuladas, y cuando se encontraba una zona con creciente sensibilidad erótica, se aplicaba presión cada vez más fuerte hasta que llegara al orgasmo o pidiera que se interrumpiera la estimulación, o el experimentador decidiera parar, o se estabilizaran las sensaciones, y en tal caso se continuaba con la exploración de otras zonas vaginales. Para registrar de manera más precisa las respuestas de algunas de las voluntarias pagadas, se les hizo una segunda prueba".
Para este estudio, se definió el orgasmo como "la percepción subjetiva del punto más intenso en una serie de sensaciones crecientemente placenteras provocadas por la estimulación". Los resultados del experimento -presentados de manera separada sólo cuando hay diferencias apreciables entre los dos grupos- fueron los siguientes. "La incidencia reportada de masturbación en todas las voluntarias fue del 72.9%, siendo la estimulación del clítoris la técnica más usada; de las mujeres con experiencia en masturbarse, 91.4% alcanzan el climax siempre o casi siempre. Los orgasmos coitales no habían sido experimentados nunca o casi nunca por 60.4% de las voluntarias".
"Solamente 12.5% de las 32 voluntarias no pagadas lograron llegar al orgasmo en el experimento; 37.5% pidieron parar la estimulación ... De las 16 voluntarias pagadas, 75% alcanzaron el orgasmo en la primera ronda del experimento ... De las que tuvieron un orgasmo, 82.3% llegaron al climax dos veces o más durante el experimento, que en promedio duró cerca de 20 minutos. Una de ellas experimentó seis orgasmos ... La mayoría de las voluntarias, especialmente las no pagadas, que eran obviamente las más articuladas, expresaron sentimientos positivos con el experimento por el conocimiento que ganaron sobre sus cuerpos. El haber tenido sensaciones eróticas vaginales fue particularmente sorprendente para aquellas que nunca habían alcanzado el clímax durante el coito".
El resultado más importante del experimento es que en cierta medida anticipó aspectos de la sexualidad femenina sobre las cuales se centraría después el debate. Como la versatilidad del goce femenino, o la importancia de ciertas zonas al interior de la vagina cuya estimulación lleva al orgasmo, o la esquiva localización del llamado punto G. Se puede sospechar que en esta incursión experimental el Dr Alzate y su colega debieron rondar varios puntos G. Una de las participantes describió su sensación durante el experimento como "tener un clítoris dentro de la vagina".
En síntesis, al indagar a profundidad la sensibilidad erótica de la vagina, estimulándola sin tocar el clítoris, en este experimento dirigido por Helí Alzate y Maria Ladi Londoño a principios de los años ochenta en Manizales, 12 de las 16 mujeres que vendieron sus servicios sexuales -esta vez a la ciencia- tuvieron uno o varios orgasmos. Entre las 32 participantes reclutadas en círculos feministas la proporción fue mucho menor, tan sólo 4 lograron alcanzar el clímax.
Sería imprudente de una muestra tan pequeña de mujeres, y con base en un experimento realizado hace más de 20 años, sacar cualquier conclusión sobre la sexualidad de las feministas. Sobre todo ahora, que se conoce la gran variedad y fluidez del deseo femenino. Bastante menos arriesgado, incluso oportuno, es resaltar la importancia del resultado con las participantes pagadas, o sea las prostitutas. El hecho que casi todas ellas hubieran alcanzado no uno sino varios orgasmos es un buen argumento en contra del supuesto, jamás explícito pero sí recurrente, que el sexo venal es un terreno más compatible con la esclavitud, el tráfico de seres humanos, la explotación o la cuasi violación, que con el deseo y los orgasmos. Es una lástima que una autoridad como el Doctor Helí Alzate, sexólogo caldense, no hubiera hecho algunos comentarios al respecto.
martes, 17 de mayo de 2011
Arrechometría intermedia: fluidez femenina
Por Mauricio Rubio
En el 2006, Simona Wing relataba en su blog cómo el montaje que tuvo que hacer para poderse ver con su novia, utilizando un compañero de clase para que la sacara terminó mal. "Según el plan, este fulano nos ayudaría para que ella saliera y luego se iría. Pero no se fue. Al final de la noche ella, mi novia, estaba bailando y dándose besos con este tipo, y yo en una mesa, vaso de tequila en mano, viendo el espectáculo que mas me ha dolido en la vida. Sin proponérmelo les hice el “date” que los mantendría juntos al menos un año desde esa noche. Así, sin anestesia. Así, de frente. Así, como suena. Pero… ¿no era mi novia otra lesbiana?”.
Una semana antes de señalar los problemas que enfrentan las lesbianas para encontrar pareja, y de relatar su mala experiencia en una sesión de Lesbian Speed-Dating, Virginia Mayer hace el detenido recuento de los 100 besos antes de los 30 que se dio, en Montevideo y Bogotá, con Federico, Alejandro, Amitt, Pato, Martin y un largo etcétera de hombres, incluyendo algunos que "con la costeña, muchas noches nos turnamos". Cuenta luego cómo "todas las flores nos volvimos clientas de Blues. Una de las flores era bartender y tomábamos gratis, como agüita. En algún momento empezaba “La hora del beso”, y éramos todos contra todos: Polyester, Porcelana, Crochet, Yakira, Miami, Fever, la hermana banana, Summer, Baby, Carlitos y un par de X’s. Nos dábamos besos entre todos y todos con todos, nos caíamos al piso y seguíamos dándonos besos". Después en Miami y Nueva York se dio de nuevo besos tanto con hombres como con mujeres.
En otro blog, Sofía Acalantide es más explícita. "Me acuesto con "hombres" y a veces me enamoro de ellos, pero igual, me acuesto con "mujeres" y a veces también me enamoro de ellas. "Bisexual" sería la etiqueta más próxima a mi manera de encarar el asunto, aunque también he escrito que me siento poco cómoda con ella, pues reduce el para mí muy amplio espectro de la identidad de género, a un reducido binario hombres-mujeres. Yo creo, yo sé, que existen más variables dentro de la fauna sexual que habitamos, y por ello -si de etiquetas se trata- prefiero decirme "pansexual". Son otras cosas -no su sexo o género- lo que valoro en las personas".
En otro blog, Sofía Acalantide es más explícita. "Me acuesto con "hombres" y a veces me enamoro de ellos, pero igual, me acuesto con "mujeres" y a veces también me enamoro de ellas. "Bisexual" sería la etiqueta más próxima a mi manera de encarar el asunto, aunque también he escrito que me siento poco cómoda con ella, pues reduce el para mí muy amplio espectro de la identidad de género, a un reducido binario hombres-mujeres. Yo creo, yo sé, que existen más variables dentro de la fauna sexual que habitamos, y por ello -si de etiquetas se trata- prefiero decirme "pansexual". Son otras cosas -no su sexo o género- lo que valoro en las personas".
Fuera de lo relatado por estas jóvenes blogueras, en Colombia no se habla mucho de los cambios de orientación sexual de las lesbianas, o de sus esporádicas incursiones con los hombres. En otras latitudes sí son ya comunes ese tipo de historias, así como las manifestaciones explícitas y públicas de algo más que afecto entre mujeres famosas supuestamente heterosexuales. Estos besos famosos sí han recibido la atención de los medios locales.
A mediados del 2010, en una entrevista para El País, la filósofa y ensayista Beatriz Preciado, española de 39 años, profesora de la Universidad París VIII, y uno de los íconos del movimiento transgénero, resumía de manera gráfica el asunto de su sexualidad: “es como las lenguas, todos podemos aprender varias”. Nacida en Burgos, en dónde “el referente era la parroquia”, desde pequeña decía que cuando mayor quería ser hombre, y ahorraba para hacerse un cambio de sexo. Cuenta que la salvó la iniciativa de una maestra que tenía un hijo autista y organizó un grupo para“niños con problemas … Autistas, superdotados, raros. Ocho marcianos feos y atroces. Terribles, pero mimados … y con profesores muy abiertos”, como ella. Aunque pensó primero estudiar biología genética, optó por la filosofía para abordar todos los interrogantes que tenía. Sostiene que la sexualidad es maleable. “Los modos de desear, los modos de obtener placer son plásticos. Y precisamente por eso están sometidos a la regulación política”.
La idea de la heterosexualidad, sobre todo femenina, como un modelo rígido impuesto por el patriarcado tiene por supuesto defensoras en Colombia. Explican de esta manera, por reacción, la extraña alianza política del feminismo con el movimiento LGBT. El punto que se ha pasado por alto por quienes insisten en que el deseo de ellas es igual al de ellos pero más reprimido, es que eso de la plasticidad, o la fluidez de la sexualidad es una particularidad más femenina que masculina.
La observación anterior no equivale a afirmar que los cambios o la maleabilidad de la sexualidad son una exclusividad de las mujeres. Hace poco, la noticia del nuevo hijo de Jaime Bayly la dio su ex novio. Elizabeth Pisani cuenta la historia de Fuad un joven indonesio que se proclama heterosexual, tiene una novia prostituta, él también vende servicios sexuales a hombres y, a su vez, los compra ocasionalmente a travestis. A pesar de casos como estos, hay cada vez más consenso en señalar que existe una brecha en las características de las preferencias sexuales de las mujeres y los hombres siendo las de ellas “más flexibles, fluidas y menos categóricas”. No se tiene una idea siquiera aproximada de cual es la proporción de mujeres susceptibles de presentar variaciones en el objeto de su deseo. Pero sí se sabe que hay diferencias significativas con los hombres en lo que las atrae sexualmente, en la exclusividad de las experiencias homo o hetero, en la relación entre lo que les llama la atención y su comportamiento así como en la estabilidad de la identidad sexual. Para las mujeres, es mayor la variabilidad entre las manifestaciones psicológicas y comportamentales de las preferencias sexuales.
Elizabeth Pisani |
El tema de la bisexualidad estuvo mucho tiempo por fuera de la investigación científica y del debate político. En últimas, en ambas toldas –los conservadores por un lado y los gays y las lesbianas por el otro- se consideraba una simple etapa intermedia de paso, una salida incompleta delcloset.
Bastante sugestivo sobre las diferencias hombre mujer en este terreno es el hecho que el interés por estudiar la bisexualidad es tan reciente como el impulso por independizar el estudio de la sexualidad femenina de los paradigmas masculinos. Más aún, la noción del deseo como algo variable y difícil de encasillar, ha sido propuesta por quienes, en los últimos años, se han dedicado a estudiar a fondo las peculiaridades de las mujeres. Comprenderlas mejor se ha dado en forma paralela con la necesidad de abandonar los rígidos esquemas o casillas "todo o nada" inspirados en el comportamiento de los hombres. Buena parte del problema con las categorías heterosexual, homosexual o bisexual, vino precisamente de tratar de aplicar a las mujeres el mismo conocimiento que se tenía sobre la homosexualidad masculina.
Uno de los primeros pasos hacia el nuevo enfoque de la todavía mal entendida sexualidad femenina fue una encuesta realizada en los EEUU a mediados de los años noventa en la que se encontró que un porcentaje no despreciable de personas, y en particular de mujeres, supuestamente homosexuales reportaban sentirse atraídas por una variada gama de parejas y no necesariamente por alguien de su mismo sexo.
Pletismógrafo para el pene-PPG |
Intrigados por este resultado, un grupo desexólogos, con la ayuda de pletismógrafos -aparatos con periféricos masculinos o femeninos, para medir, en los genitales, la excitación- empezaron a corroborar la existencia de diferencias significativas hombre mujer en las características y la estabilidad de la orientación sexual. El equipo de Meredith Chivers midió la excitación fisiológica, y la comparó con la reportada, la subjetiva, en cuatro grupos de personas: hombres y mujeres heterosexuales,hombres gay y lesbianas. Cada persona, conectada a los aparatos recibíadistintos tipos de estímulos eróticos y, simultáneamente, registraba lo que iba sintiendo. Los resultados fueron sorprendentes. Los hombres, tanto gays como heterosexuales, respondían, como se podía esperar, con base en su orientación sexual declarada. Los gays registraban subjetivamente sentirse excitados con escenasde hombres con hombres, y los aparatos así lo confirmaban. Los hombres heterosexuales reportaban excitación subjetiva, concordante con la fisiológica, con las escenas él-ella o ella-ella. Las mujeres mostraron un patrón diferente. Por una parte, era menor la correspondencia entre lo que decían sentir y lo que registraban los instrumentos. Además, en promedio, mostraban respuestas genitales similares ante cualquier tipo de estímulo. Para la mayor parte de ellas, heterosexuales o lesbianas, los pletismógrafos registraban excitación fisiológica ante cualquier tipo de video. Su respuesta era "no específica". El nivel de excitación que las mujeres reportaban subjetivamente sí correspondía a la identidad sexual declarada.
Sexual Fluidity |
Resultados similares se han encontrado en otros estudios, y con las metodologías más disímiles. Lisa Diamond, por ejemplo, ha seguido por más de diez años una cohorte de mujeres lesbianas y bisexuales para las cuales lo excepcional ha sido la rigidez e invariabilidad de la orientación y el deseo sexuales. El lado negativo de esta plasticidad, como bien han señalado las feministas, ha sido la posibilidad de imponer ciertos patrones culturales de comportamiento, lo que la combativa Adrienne Rich denominó en los ochentas la "heterosexualidad obligada". La parte positiva, acorde con la vieja idea darwinista de que las mujeres tienen mayor control cerebral sobre su deseo que los hombres, es la variedad de vías corporales para la excitación femenina, incluyendo la posibilidad de que algunas puedan llegar mentalmente al orgasmo, sin ningún estímulo físico. Otro de los indicios fuertes acerca del abismo que existe entre la sexualidad masculina -burda y predecible- y la femenina -compleja y variable- han sido los intentos, vanos hasta el momento, por encontrar el equivalente femenino del Viagra.
En síntesis, “parece haber una diferencia fundamental entre hombres y mujeres en la naturaleza de su excitación sexual, siendo la excitación de los hombres más específica por categorías que la de las mujeres”. En otros términos, los hombres tienden a responder fisiológicamente a categorías de individuos como hombres o mujeres. Ellas, sin embargo, parecen menos sensibles a este tipo de categorías. Y aunque manifiesten ciertas preferencias específicas, sus cuerpos parecen responder a una variada gama derefuerzos, circunstancias o ambientes, que por definición son menos estables que los simples estímulos visuales a los que responden los hombres. Esta mayor fluidez del deseo femenino es lo que les permite a ellas experimentar excitación muy específica para ciertas situaciones, de manera que no es siempre consistente ni con su orientación sexual predominante ni con sus experiencias anteriores.
Tal vez para insistir en la arraigada idea de que los varones somos más libres, al hablar de diversidad sexual en Colombia, Florence Thomas hace referencia tan sólo al hombre gay que, buen amigo de las mujeres, “no quiere complicaciones y entonces no se acuesta con ellas. Y si lo hace de vez en cuando, entonces es un bisexual”. Sin embargo, este escenario del hombre que puede elegir fácilmente el objeto de su deseo es más idealizado que real. Resulta cada vez más claro que la orientación sexual menos rígida y más cambiante es la de las mujeres. Además, a veces se altera por motivos banales, como la oportunidad de un encuentro íntimo en una reunión, o el mayor contacto con hombres en el sitio de trabajo, o vivir en un entorno sexualmente liberado como la universidad, o la dificultad, para las lesbianas, de encontrar otras mujeres que quieran tener sexo sin mayores compromisos. Como cuenta una de las entrevistadas por Lisa Diamond, “No es que yo esté totalmente desinteresada por el sexo con hombres, pero generalmente no siento por ellos ningún tipo de vínculo emocional. Así es que, si ocurre, es puro sexo, y punto. Jamás podría disociar las emociones del sexo con una mujer, pero fácilmente puedo hacer eso con un hombre”.
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