martes, 17 de mayo de 2011

Arrechometría intermedia: fluidez femenina

Por Mauricio Rubio

En el 2006,  Simona Wing relataba en su blog cómo el montaje que tuvo que hacer para poderse ver con su novia, utilizando un compañero de clase para que la sacara terminó mal.  "Según el plan, este fulano nos ayudaría para que ella saliera y luego se iría. Pero no se fue. Al final de la noche ella, mi novia, estaba bailando y dándose besos con este tipo, y yo en una mesa, vaso de tequila en mano, viendo el espectáculo que mas me ha dolido en la vida. Sin proponérmelo les hice el “date” que los mantendría juntos al menos un año desde esa noche. Así, sin anestesia. Así, de frente. Así, como suena. Pero… ¿no era mi novia otra lesbiana?”.

Una semana antes de señalar los problemas que enfrentan las lesbianas para encontrar pareja, y de relatar su mala experiencia en una sesión de Lesbian Speed-Dating, Virginia Mayer hace el detenido recuento de los 100 besos antes de los 30 que se dio, en Montevideo y Bogotá, con Federico, Alejandro, Amitt, Pato, Martin y un largo etcétera de hombres, incluyendo algunos que "con la costeña, muchas noches nos turnamos". Cuenta luego cómo "todas las flores nos volvimos clientas de Blues. Una de las flores era bartender y tomábamos gratis, como agüita. En algún momento empezaba “La hora del beso”, y éramos todos contra todos: Polyester, Porcelana, Crochet, Yakira, Miami, Fever, la hermana banana, Summer, Baby, Carlitos y un par de X’s. Nos dábamos besos entre todos y todos con todos, nos caíamos al piso y seguíamos dándonos besos". Después en Miami y Nueva York se dio de nuevo besos tanto con hombres como con mujeres.

En otro blog, Sofía Acalantide es más explícita. "Me acuesto con "hombres" y a veces me enamoro de ellos, pero igual, me acuesto con "mujeres" y a veces también me enamoro de ellas. "Bisexual" sería la etiqueta más próxima a mi manera de encarar el asunto, aunque también he escrito que me siento poco cómoda con ella, pues reduce el para mí muy amplio espectro de la identidad de género, a un reducido binario hombres-mujeres. Yo creo, yo sé, que existen más variables dentro de la fauna sexual que habitamos, y por ello -si de etiquetas se trata- prefiero decirme "pansexual". Son otras cosas -no su sexo o género- lo que valoro en las personas". 


Fuera de lo relatado por estas jóvenes blogueras, en Colombia no se habla mucho de los cambios de orientación sexual de las lesbianas, o de sus esporádicas incursiones con los hombres. En otras latitudes sí son ya comunes ese tipo de historias, así como las manifestaciones explícitas y públicas de algo más que afecto entre mujeres famosas supuestamente heterosexuales. Estos besos famosos sí han recibido la  atención de los medios locales.

A mediados del 2010, en una entrevista para El País, la filósofa y ensayista Beatriz Preciado, española de 39 años, profesora de la Universidad París VIII, y uno de los íconos del movimiento transgénero, resumía de manera gráfica el asunto de su sexualidad: “es como las lenguas, todos podemos aprender varias”. Nacida en Burgos, en dónde “el referente era la parroquia”, desde pequeña decía que cuando mayor quería ser hombre, y ahorraba para hacerse un cambio de sexo. Cuenta que la salvó la iniciativa de una maestra que tenía un hijo autista y organizó un grupo para“niños con problemas … Autistas, superdotados, raros. Ocho marcianos feos y atroces. Terribles, pero mimados … y con profesores muy abiertos”, como ella. Aunque pensó primero estudiar biología genética, optó por la filosofía para abordar todos los interrogantes que tenía. Sostiene que la sexualidad es maleable. “Los modos de desear, los modos de obtener placer son plásticos. Y precisamente por eso están sometidos a la regulación política”.

La idea de la heterosexualidad, sobre todo femenina, como un modelo rígido impuesto por el patriarcado tiene por supuesto defensoras en Colombia. Explican de esta manera, por reacción, la extraña alianza política del feminismo con el movimiento LGBT. El punto que se ha pasado por alto por quienes insisten en que el deseo de ellas es igual al de ellos pero más reprimido, es que eso de la plasticidad, o la fluidez de la sexualidad es una particularidad más femenina que masculina.

Elizabeth Pisani
La observación anterior no equivale a afirmar que los cambios o la maleabilidad de la sexualidad son una exclusividad de las mujeres. Hace poco, la noticia del nuevo hijo de Jaime Bayly la dio su ex novio.  Elizabeth Pisani cuenta la historia de Fuad un joven indonesio que se proclama heterosexual, tiene una novia prostituta, él también vende servicios sexuales a hombres y, a su vez, los compra ocasionalmente a travestis. A pesar de casos como estos, hay cada vez más consenso en señalar que existe una brecha en las características de las preferencias sexuales de las mujeres y los hombres siendo las de ellas “más flexibles, fluidas y menos categóricas”. No se tiene una idea siquiera aproximada de cual es la proporción de mujeres susceptibles de presentar variaciones en el objeto de su deseo. Pero sí se sabe que hay diferencias significativas con los hombres en lo que las atrae sexualmente, en la exclusividad de las experiencias homo o hetero, en la relación entre lo que les llama la atención y su comportamiento así como en la estabilidad de la identidad sexual. Para las mujeres, es mayor la variabilidad entre las manifestaciones psicológicas y comportamentales de las preferencias sexuales.

El tema de la bisexualidad estuvo mucho tiempo por fuera de la investigación científica y del debate político. En últimas, en ambas toldas –los conservadores por un lado y los gays y las lesbianas por el otro- se consideraba una simple etapa intermedia de paso, una salida incompleta delcloset. 


Bastante sugestivo sobre las diferencias hombre mujer en este terreno es el hecho que el interés por estudiar la bisexualidad es tan reciente como el impulso por independizar el estudio de la sexualidad femenina de los paradigmas masculinos. Más aún, la noción del deseo como algo variable y difícil de encasillar, ha sido propuesta por quienes, en los últimos años, se han dedicado a estudiar a fondo las peculiaridades de las mujeres. Comprenderlas mejor se ha dado en forma paralela con la necesidad de abandonar los rígidos esquemas o casillas "todo o nada" inspirados en el comportamiento de los hombres. Buena parte del problema con las categorías heterosexual, homosexual o bisexual, vino precisamente de tratar de aplicar a las mujeres el mismo conocimiento que se tenía sobre la homosexualidad masculina.

Uno de los primeros pasos hacia el nuevo enfoque de la todavía mal entendida sexualidad femenina fue una encuesta realizada en los EEUU a mediados de los años noventa en la que se encontró que un porcentaje no despreciable de personas, y en particular de mujeres, supuestamente homosexuales reportaban sentirse atraídas por una variada gama de parejas y no necesariamente por alguien de su mismo sexo.

Pletismógrafo para el pene-PPG
Intrigados  por este resultado, un grupo desexólogos, con la ayuda de pletismógrafos -aparatos con periféricos masculinos o femeninos, para medir, en los genitales, la excitación- empezaron a corroborar la existencia de diferencias significativas hombre mujer en las características y la estabilidad de la orientación sexual. El equipo de Meredith Chivers midió la excitación fisiológica, y la comparó con la reportada, la subjetiva, en cuatro grupos de personas: hombres y mujeres heterosexuales,hombres gay y lesbianas. Cada persona, conectada a los aparatos recibíadistintos tipos de estímulos eróticos y, simultáneamente, registraba lo que iba sintiendo. Los resultados fueron sorprendentes. Los hombres, tanto gays como heterosexuales, respondían, como se podía esperar, con base en su orientación sexual declarada. Los gays registraban subjetivamente sentirse excitados con escenasde hombres con hombres, y los aparatos así lo confirmaban. Los hombres heterosexuales reportaban excitación subjetiva, concordante con la fisiológica, con las escenas él-ella o ella-ella. Las mujeres mostraron un patrón diferente. Por una parte, era menor la correspondencia entre lo que decían sentir y lo que registraban los instrumentos. Además, en promedio, mostraban respuestas genitales similares ante cualquier tipo de estímulo. Para la mayor parte de ellas, heterosexuales o lesbianas, los pletismógrafos registraban excitación fisiológica ante cualquier tipo de video. Su respuesta era "no específica". El nivel de excitación que las mujeres reportaban subjetivamente sí correspondía a la identidad sexual declarada.

Sexual Fluidity
Resultados similares se han encontrado en otros estudios, y con las metodologías más disímiles. Lisa Diamond, por ejemplo, ha seguido por más de diez años  una cohorte de mujeres lesbianas y bisexuales para las cuales lo excepcional ha sido la rigidez e invariabilidad de la orientación y el deseo sexuales. El lado negativo de esta plasticidad, como bien han señalado las feministas, ha sido la posibilidad de imponer ciertos patrones culturales de comportamiento, lo que la combativa Adrienne Rich denominó en los ochentas la "heterosexualidad obligada". La parte positiva, acorde con la vieja idea darwinista de que las mujeres tienen mayor control cerebral sobre su deseo que los hombres, es la variedad de vías corporales para la excitación femenina, incluyendo la posibilidad de que algunas puedan llegar mentalmente al orgasmo, sin ningún estímulo físico. Otro de los indicios fuertes acerca del abismo que existe entre la sexualidad masculina -burda y predecible- y la femenina -compleja y variable- han sido los intentos, vanos hasta el momento, por encontrar el equivalente femenino del Viagra. 

En síntesis, “parece haber una diferencia fundamental entre hombres y mujeres en la naturaleza de su excitación sexual, siendo la excitación de los hombres más específica por categorías que la de las mujeres”. En otros términos, los hombres tienden a responder fisiológicamente a categorías de individuos como hombres o mujeres. Ellas, sin embargo, parecen menos sensibles a este tipo de categorías. Y aunque manifiesten ciertas preferencias específicas, sus cuerpos parecen responder a una variada gama derefuerzos, circunstancias o ambientes, que por definición son menos estables que los simples estímulos visuales a los que responden los hombres. Esta mayor fluidez del deseo femenino es lo que les permite a ellas experimentar excitación muy específica para ciertas situaciones, de manera que no es siempre consistente ni con su orientación sexual predominante ni con sus experiencias anteriores. 

Tal vez para insistir en la arraigada idea de que los varones somos más libres, al hablar de diversidad sexual en Colombia, Florence Thomas hace referencia tan sólo al hombre gay que, buen amigo de las mujeres, “no quiere complicaciones y entonces no se acuesta con ellas. Y si lo hace de vez en cuando, entonces es un bisexual”. Sin embargo, este escenario del hombre que puede elegir fácilmente el objeto de su deseo es más idealizado que real. Resulta cada vez más claro que la orientación sexual menos rígida y más cambiante es la de las mujeres. Además, a veces se altera por motivos  banales, como la oportunidad de un encuentro íntimo en una reunión, o el mayor contacto con hombres en el sitio de trabajo, o vivir en un entorno sexualmente liberado como la universidad, o la dificultad, para las lesbianas, de encontrar otras mujeres que quieran tener sexo sin mayores compromisos. Como cuenta una de las entrevistadas por Lisa Diamond, “No es que yo esté totalmente desinteresada por el sexo con hombres, pero generalmente no siento por ellos ningún tipo de vínculo emocional. Así es que, si ocurre, es puro sexo, y punto. Jamás podría disociar las emociones del sexo con una mujer, pero fácilmente puedo hacer eso con un hombre”.

Referencias