Por Mauricio Rubio
La primera vez que oí hablar de Helí Alzate fue en un libro, escrito por la periodista Mary Roach, que no trata directamente sobre sexualidad sino que brinda una divertida historia de su estudio, con énfasis en los afanes, logros, desaciertos y vericuetos de quienes se han dedicado a entender los misterios del sexo y el deseo. Allí aparece mencionado este investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Caldas, a raíz de un trabajo que publicó en 1984 con Maria Ladi Londoño, una psicoterapeuta de Manizales, en el Journal of Sex & Marital Therapy.
El historial académico de este compatriota, nacido en 1934 y médico de formación, fue respetable. Su interés por los asuntos sexuales se inició por donde todos empezamos, por la leche. Los primeros trabajos publicados fueron sobre la intolerancia a la lactosa. En 1969 coronó con este tema en un journal internacional de nutrición. En 1978, ya había logrado publicar un artículo sobre la sexualidad de las estudiantes de la Universidad de Caldas en el prestigioso Archives of Sexual Behavior. Fuera de las recurrentes citas de sus trabajos, un síntoma de la verdadera importancia de Alzate, en mi opinión, es haber podido colocarse sin palancas en Bonk al lado de personajes de la talla de Kinsey y Masters & Johnson. Un logro de ese calibre sería algo como un trabajo de Alfredo Molano analizado en un libro extranjero al lado de los aportes de Weber, Durkheim, o Bordieu.
En abierto contraste con su reconocimiento internacional, en Colombia, fuera de un reducido círculo de sexólogos, se ha hablado muy poco de Helí Alzate. La única vez que aparece en el archivo en línea de El Tiempo es a raíz de una mención que se hizo de él en un congreso de sexología realizado en Cartagena en el 2001, tres años después de su deceso. Aún allí, el venerable investigador fue utilizado como simple soporte para los resultados de un opinómetro. La referencia, en la que de pasada se reconoce su importancia, no es extensa. "Uno de los pioneros de la sexología en América Latina, Helí Alzate, hablaba de la búsqueda y disfrute responsables del placer, que se da en 5 fases: la primera es la apetitiva, que tiene que ver con el despertar del deseo; luego viene la relacional, en donde entra en juego el vínculo que hay entre dos personas y de cada una consigo misma; la tercera es la estimulante, en la que intervienen las caricias y los estímulos a través del tacto, la mirada, etc."
El artículo del año 84, "Vaginal Erotic Sensitivity" -que es corto y vale la pena leer- requiere pocos comentarios. Traducir los puntos más relevantes y mencionar brevemente el contexto del experimento en el que se basó es casi suficiente. En ese momento, un debate central en sexología era si existía o no el orgasmo puramente vaginal en las mujeres. Luego de varias décadas de dominio de los psicoanalistas, que habían decretado que lo del clítoris era un simple rezago de "eroticismo infantil", con alguna evidencia empírica se empezaba a rescatar la importancia de tan subestimado personaje. Masters & Johnson se fueron al otro extremo entregándole el papel protagónico, y afirmando que cuando las mujeres lograban tener orgasmo con simple coito era porque, de todas maneras, había estimulación del clítoris. De manera pragmática, y adelantándose varios años al conocimiento actual, Alzate se negó a descartar la evidencia que sugería que los orgasmos femeninos eran algo tan variado que hasta allá podía llegarse por más de una vía. Hoy, por ejemplo, se piensa que algunas mujeres pueden lograrlo mentalmente, sin estímulo físico.
Para corroborar si efectivamente eran pertinentes ambos tipos de orgasmos -de clítoris y vaginal- Alzate y su colega utilizaron 48 voluntarias, todas "coitalmente experimentadas". A 16 de ellas, les pagaron su participación en el estudio. Fueron reclutadas en Manizales "a través de los buenos oficios de una madame conocida por uno de los autores (HA). La mitad de ellas eran prostitutas activas y abiertas y el resto eran prostitutas retiradas o clandestinas. Tenían un bajo nivel educativo y su edad promedio era de 28 años". A las 32 voluntarias restantes no se les pagó. "Fueron reclutadas por el boca a boca entre círculos feministas, con la ayuda de algunos investigadores amigos en Manizales, Cali y Bogotá". Con una edad media de 30 años, la mayoría tenían educación universitaria. Once de ellas eran solteras, igual número casadas y siete separadas.
El procedimiento experimental fue aprobado por la Universidad. Dependiendo del lugar de residencia se aplicó en las oficinas de los investigadores, en el consultorio de un médico cooperador o en una habitación amoblada en alguna institución. Antes del examen se les pidió a las participantes que vaciaran su vejiga, se recogieron datos demográficos e información "relacionada con las prácticas de masturbación y de coito".
Para el experimento, las voluntarias se acostaban con las rodillas dobladas o las piernas extendidas -como se sintieran más cómodas- y el examinador, "con sus manos lavadas, insertaba su dedo índice y/o medio lubricados en la vagina y procedía a friccionar de manera sistemática las dos paredes vaginales, aplicando un presión rítmica de moderada a fuerte, en ángulo con la pared, desde la mitad inferior a la mitad superior de la vagina. A la voluntaria se le pedía que indicara las sensaciones, eróticas o no, que experimentaba en las diferentes zonas estimuladas, y cuando se encontraba una zona con creciente sensibilidad erótica, se aplicaba presión cada vez más fuerte hasta que llegara al orgasmo o pidiera que se interrumpiera la estimulación, o el experimentador decidiera parar, o se estabilizaran las sensaciones, y en tal caso se continuaba con la exploración de otras zonas vaginales. Para registrar de manera más precisa las respuestas de algunas de las voluntarias pagadas, se les hizo una segunda prueba".
Para este estudio, se definió el orgasmo como "la percepción subjetiva del punto más intenso en una serie de sensaciones crecientemente placenteras provocadas por la estimulación". Los resultados del experimento -presentados de manera separada sólo cuando hay diferencias apreciables entre los dos grupos- fueron los siguientes. "La incidencia reportada de masturbación en todas las voluntarias fue del 72.9%, siendo la estimulación del clítoris la técnica más usada; de las mujeres con experiencia en masturbarse, 91.4% alcanzan el climax siempre o casi siempre. Los orgasmos coitales no habían sido experimentados nunca o casi nunca por 60.4% de las voluntarias".
"Solamente 12.5% de las 32 voluntarias no pagadas lograron llegar al orgasmo en el experimento; 37.5% pidieron parar la estimulación ... De las 16 voluntarias pagadas, 75% alcanzaron el orgasmo en la primera ronda del experimento ... De las que tuvieron un orgasmo, 82.3% llegaron al climax dos veces o más durante el experimento, que en promedio duró cerca de 20 minutos. Una de ellas experimentó seis orgasmos ... La mayoría de las voluntarias, especialmente las no pagadas, que eran obviamente las más articuladas, expresaron sentimientos positivos con el experimento por el conocimiento que ganaron sobre sus cuerpos. El haber tenido sensaciones eróticas vaginales fue particularmente sorprendente para aquellas que nunca habían alcanzado el clímax durante el coito".
El resultado más importante del experimento es que en cierta medida anticipó aspectos de la sexualidad femenina sobre las cuales se centraría después el debate. Como la versatilidad del goce femenino, o la importancia de ciertas zonas al interior de la vagina cuya estimulación lleva al orgasmo, o la esquiva localización del llamado punto G. Se puede sospechar que en esta incursión experimental el Dr Alzate y su colega debieron rondar varios puntos G. Una de las participantes describió su sensación durante el experimento como "tener un clítoris dentro de la vagina".
En síntesis, al indagar a profundidad la sensibilidad erótica de la vagina, estimulándola sin tocar el clítoris, en este experimento dirigido por Helí Alzate y Maria Ladi Londoño a principios de los años ochenta en Manizales, 12 de las 16 mujeres que vendieron sus servicios sexuales -esta vez a la ciencia- tuvieron uno o varios orgasmos. Entre las 32 participantes reclutadas en círculos feministas la proporción fue mucho menor, tan sólo 4 lograron alcanzar el clímax.
Sería imprudente de una muestra tan pequeña de mujeres, y con base en un experimento realizado hace más de 20 años, sacar cualquier conclusión sobre la sexualidad de las feministas. Sobre todo ahora, que se conoce la gran variedad y fluidez del deseo femenino. Bastante menos arriesgado, incluso oportuno, es resaltar la importancia del resultado con las participantes pagadas, o sea las prostitutas. El hecho que casi todas ellas hubieran alcanzado no uno sino varios orgasmos es un buen argumento en contra del supuesto, jamás explícito pero sí recurrente, que el sexo venal es un terreno más compatible con la esclavitud, el tráfico de seres humanos, la explotación o la cuasi violación, que con el deseo y los orgasmos. Es una lástima que una autoridad como el Doctor Helí Alzate, sexólogo caldense, no hubiera hecho algunos comentarios al respecto.