martes, 30 de agosto de 2011

Ellos lo piden, ellas lo dan

Publicado en La Silla Vacía, Agosto 30 de 2011

En la película Annie Hall, de Woody Allen, hay una escena memorable. En una pantalla dividida, ella por teléfono y él en el diván, le responden al analista la misma pregunta: ¿con qué frecuencia se acuestan ustedes? ¿Tienen sexo a menudo?
- Annie : Constantemente, yo diría que unas tres veces a la semana
- Alvy : Casi nunca, si acaso unas tres veces por semana.
Para los mismos tres polvos semanales, ella parece saturada y él se siente abandonado sexualmente. Como en este terreno la empatía con los congéneres es automática, para mí la perspectiva de Alvy no requiere mayor elaboración: siempre tiene ganas y cualquier frecuencia por debajo de su capacidad la ve como un desperdicio. La respuesta de Annie sí suscita un par de reflexiones. La más obvia es que las ganas, digamos autónomas, de ella son menos que las de Alvy. No es difícil suponer que entre estos dos personajes la iniciativa para tener relaciones recae más sobre el insatisfecho. Y que tiene que seducir a Annie, a quien no le hace tanta falta el sexo.

En las parejas colombianas, sin el psicoanalista, la misma escena debe resultar familiar. De acuerdo con una encuesta del 2008, la de "3 o 4 veces por semana" es la frecuencia más reportada tanto por ellas (31%) como por ellos (33%). La contabilidad de los encuentros sexuales que las mujeres llevan es similar a la de los hombres.


En número de polvos al mes, esta distribución implica un promedio de 9.7 para ellos y de 8.9 para ellas. No es fácil explicar lo que esconde esa discrepancia de casi un polvo al mes. Para la misma época de la encuesta colombiana, en Francia se observaba una frecuencia mensual femenina de 8.8, igual a la masculina de 8.7. Por edades, la actividad sexual nacional tiene un pico entre los 25 y los 35, permanece casi constante por dos décadas pero a los 55 sufre una caída abrupta. Las tres veces semanales se tornan un lujo de sólo una en cinco parejas.

Sea cual sea la frecuencia de las relaciones sexuales, los colombianos deben sentir, como Alvy, que les faltan polvos, pues son quienes más lo piden. Ellas, simplemente lo dan. Las diferencias no son despreciables y, sorprendentemente, hay acuerdo en la percepción de quien lleva la iniciativa. La mitad de las veces el impulso es compartido. De resto, son básicamente ellos quienes proponen. En Francia, en tres de cuatro ocasiones se reconoce que ambos sugirieron hacerlo. Para las demás oportunidades, también son los hombres los que lideran la faena.

Para interpretar este desacuerdo puede adoptarse una posición extrema: él quiere, ella no, y entonces él la obliga. Esta visión de lo que ocurre en las alcobas puede ser la preferida por las más radicales, pero sería poco sensato suponer que es lo más común. La encuesta hecha en Francia muestra que, a pesar de no tener siempre la iniciativa, la alta frecuencia en las relaciones sexuales es muy apreciada por ellas.

Bajo un escenario más cariñoso y consensual, el guión podría ir en las siguientes líneas. Como él, tan simplón, requiere menos estímulos para el sexo -más claro aún, siempre tiene ganas y busca cualquier disculpa- asume la iniciativa. No sólo propone, sino que acude a su caja de herramientas de seducción. Una caricia, un piropo, un "hace tiempo que no lo hacemos" ... y ella acepta. Alvy cuenta que ha ensayado de todo con Annie, hasta una lámpara roja. Una sexóloga experimental, Meredith Chivers, ha osado sugerir que el simple anuncio de que él tiene ganas puede ser un detonante del deseo de ella. A algunas feministas, obsesionadas por la total autonomía en todos los terrenos, les puede resultar difícil tragarse ese sapo, pero qué le vamos a hacer. Así parece ser la misteriosa sexualidad femenina: más basada en darlo que en pedirlo. Algo del tipo, "pues yo no había pensado en eso, pero si quieres, hagámoslo". Para terminar ambos disfrutándolo. En últimas, se puede hacer un paralelo con algunos compromisos familiares, o planes promovidos por ella. Él en principio no quiere, incluso tiene hartera, pero por darle gusto a ella acepta, y al final acaban disfrutando juntos algo que él no tenía planeado. Y así, entre concesión en esto por concesión en aquello, nos fuimos enamorando.

Sobre la disparidad en las ganas autónomas, Natalie Anger propone otra herejía. Plantea que el deseo femenino podría tener ciclos relacionados con las hormonas –rezagos del estro- que los hombres, aún no se sabe bien cómo, alcanzan a captar. Así, no dejan escapar las mejores oportunidades, esos esporádicos polvos no rogados, de calidad y fertilidad premium.

De todas maneras, la reserva permanente de ganas masculina acaba beneficiando a las mujeres. Es lo que facilita algo positivo y saludable como aumentar la frecuencia de las relaciones sexuales. Por misteriosas razones, algunas feministas se las han arreglado para ver en una cuestión tan inocua y natural como el desbalance de ganas un complot contra la sexualidad femenina. Pero si no fuera por esa asimetría, tal vez muchas mujeres lo harían pocas veces al mes, como los viejitos antes del Viagra. Y como recomiendan los curas, alrededor de la ovulación.

Esta persistente presión también tiene secuelas negativas, como olvidarse de las cuentas, o del preservativo. O en casos extremos, acosar. De todas maneras, la visión política de los asuntos de pareja no ayuda mucho con lo de la iniciativa o la frecuencia o las consecuencias de las relaciones sexuales. Es menos pertinente que lo que sugieren las sexólogas, más pragmáticas, de la nueva generación, que nos tranquilizan señalando que en la alcoba no todo es un forcejeo por el poder. También hay seducción, estrógeno, feromonas y, al coronar, dosis gratuitas de esa una sustancia tan benéfica como adictiva, la occitocina. A nivel de políticas, ignorar esa bioquímica ha sido un desacierto. A nivel personal, despreciar ese potencial puede resultar costoso, incluso para ellas. Ya lo dijo un Nobel: los polvos que no se usan a tiempo se pierden.

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jueves, 25 de agosto de 2011

Los ciclos del deseo femenino

Una encuesta de sexualidad hecha a los franceses en el 2008 sugiere que el escenario no conflictivo sobre la iniciativa y la frecuencia de las relaciones es plausible. Así sean ellos los que proponen, la mayor actividad sexual también es bienvenida por ellas. Parece haber un punto crítico cerca de los pesados tres polvos a la semana que preocupaban a Annie Hall, pero a partir de ahí, la satisfacción sigue subiendo. Y cuando se supera la barrera del cotidiano, las tres cuartas partes de las mujeres se declaran muy satisfechas con su vida sexual, contra sólo un 36% en las frecuencias bajas. Con las respuestas de los franceses, queda al descubierto eso que todos sabemos y que a todas exaspera: sea cual sea la frecuencia, ellos se declaran menos satisfechos que ellas. Siempre quisieran más.


Vale la pena tratar de entender esta permanente, pero subsanable, brecha en las ganas de ellos y ellas. Para eso, es prudente apoyarse en escritos femeninos. Que no se diga que se trata de un macho darwinista buscando justificar atropellos. Natalie Angier es una de esas ensayistas a las que no les produce urticaria hablar de hormonas, o hacer comparaciones con otras especies. En su Mujer, una Geografía Íntima desarrolla argumentos dignos de ser rescatados. Su primera observación es que en las hembras animales, la mecánica sexual y la motivación están muy atadas. El estrógeno manda tanto sobre el cuerpo como sobre el apetito sexual. En las primates se observa algo más de juego y "los efectos de las hormonas en el comportamiento sexual ya se focalizan en mecanismos psicológicos, no físicos". Esto les permite tener sexo en distintos contextos y utilizarlo con fines económicos o políticos. A pesar de lo anterior, la sobrecarga de hormonas puede alterar todos los planes.

En los seres humanos, la motivación, el deseo y el comportamiento involucran al cerebro. El forcejeo entre las conductas intencionales y los impulsos es permanente. La capacidad de auto control es superior a la de cualquier otra especie, pero no por eso debe considerarse todopoderosa. Siempre quedan trazas de antepasados menos cerebrales. Cuando una mujer llega a la adolescencia, el capítulo sexual se activa, consciente e inconscientemente. Los cambios que empiezan con la menarquia son fundamentalmente hormonales. En eso, el impacto del patriarcado, el machismo o la religión es tenue. Aunque no suena descabellado afirmar que la sexualidad depende de las hormonas, sigue habiendo desconfianza con todas las implicaciones que eso conlleva. Por lo general, se acepta más el discurso de como deberían ser las cosas. Pero, incluso para proponer cambios en las costumbres, en las normas o en las leyes, nunca sobra saber cómo es que el estrógeno y otras hormonas afectan el comportamiento.

A pesar de actuar a través de muchos intermediarios, el estrógeno tiene algo que ver con el deseo femenino y, por esa vía, con la frecuencia con la que ellas quieren tener relaciones sexuales. Por supuesto que no se trata de leyes físicas, o animales, del tipo "las mujeres tiran más mientras están ovulando". Pero, a pesar de las intelectuales más tercas, hay ciertas alteraciones que tienen efectos.

No hay una asociación directa y automática entre los niveles de estrógeno y la excitación física. Pero inconscientemente, por allá abajo a veces pasan cosas que sólo sofisticados aparatos -los arrechómetros- pueden detectar. Y se llega así a simpáticas situaciones en las que "los genitales femeninos se congestionan con firmeza mientras las mujeres miran pornografía que luego describen como estúpida, trivial y poco erótica".

Un eventual síntoma de subida en el deseo femenino sería ese pequeño porcentaje de ocasiones en las que la mujer toma sóla la iniciativa para las relaciones sexuales. Tal tipo de indicador es complicado pues depende, entre muchas otras cosas, del tipo de contracepción que se esté utilizando. Las píldoras, por ejemplo, alteran las oscilaciones hormonales. Cuando el método es a la vez confiable y no hormonal -como un parejo con vasectomía- se ha observado que las mujeres tienen más tendencia a pedirlo en el pico de la ovulación que durante los demás días del mes. Las subidas de estrógeno presionan. Como quien dice, vestigios del estro.

Los estudios más interesantes han sido realizados con parejas de lesbianas. Sin temor al embarazo, ni hormonas perturbadoras, totalmente libres de las presiones y manipulaciones de los machos insaciables, se ha encontrado que entre estas mujeres "es un 25% más probable que tengan relaciones sexuales y alcancen el doble de orgasmos hacia la mitad de su ciclo que en otros momentos del mes".

Un gigantesco experimento en el que se le pidió a 500 mujeres que tomaran diariamente su temperatura basal y, simultáneamente registraran la intensidad de sus ganas, muestra una sólida concordancia entre el deseo y la cercanía de la ovulación. El asunto, además, se refuerza pues esas mayores ganas, a su vez, las perciben inconscientemente los hombres que rodean a las mujeres. Aún no se sabe si es a través de las feromonas o de señales corporales inconscientes, pero se ha encontrado una extraña asociación entre el ciclo ovulatorio de las bailarinas de strip tease y las propinas que reciben.

La estrategia del estrógeno parece consistir en sensibilizar al máximo los sentidos de las mujeres. Tanto la visión como el olfato, por ejemplo, mejoran considerablemente con la ovulación. Sería un mecanismo del tipo "que no se me escape lo que realmente vale la pena". La mayor ventaja del estrógeno es que su efecto depende del contexto. No da órdenes ciegas del tipo "vaya y tire", sino que simplemente refina las antenas femeninas para percibir señales que en otras oportunidades pasan desapercibidas. Como asistente en la tarea del flirteo, el estrógeno es sobre todo activo entre las jóvenes, que necesitan indicaciones y orientación. Esas que a veces quedan embarazadas sorpresivamente, tal vez porque no supieron administrar esos cíclicos y súbitos excesos de demanda por sus hormonales encantos. Con los años, como con las pepas, los altos y bajos del estrógeno se suavizan y los impulsos le ceden el paso a la experiencia, o al patriarcado.