jueves, 25 de agosto de 2011

Los ciclos del deseo femenino

Una encuesta de sexualidad hecha a los franceses en el 2008 sugiere que el escenario no conflictivo sobre la iniciativa y la frecuencia de las relaciones es plausible. Así sean ellos los que proponen, la mayor actividad sexual también es bienvenida por ellas. Parece haber un punto crítico cerca de los pesados tres polvos a la semana que preocupaban a Annie Hall, pero a partir de ahí, la satisfacción sigue subiendo. Y cuando se supera la barrera del cotidiano, las tres cuartas partes de las mujeres se declaran muy satisfechas con su vida sexual, contra sólo un 36% en las frecuencias bajas. Con las respuestas de los franceses, queda al descubierto eso que todos sabemos y que a todas exaspera: sea cual sea la frecuencia, ellos se declaran menos satisfechos que ellas. Siempre quisieran más.


Vale la pena tratar de entender esta permanente, pero subsanable, brecha en las ganas de ellos y ellas. Para eso, es prudente apoyarse en escritos femeninos. Que no se diga que se trata de un macho darwinista buscando justificar atropellos. Natalie Angier es una de esas ensayistas a las que no les produce urticaria hablar de hormonas, o hacer comparaciones con otras especies. En su Mujer, una Geografía Íntima desarrolla argumentos dignos de ser rescatados. Su primera observación es que en las hembras animales, la mecánica sexual y la motivación están muy atadas. El estrógeno manda tanto sobre el cuerpo como sobre el apetito sexual. En las primates se observa algo más de juego y "los efectos de las hormonas en el comportamiento sexual ya se focalizan en mecanismos psicológicos, no físicos". Esto les permite tener sexo en distintos contextos y utilizarlo con fines económicos o políticos. A pesar de lo anterior, la sobrecarga de hormonas puede alterar todos los planes.

En los seres humanos, la motivación, el deseo y el comportamiento involucran al cerebro. El forcejeo entre las conductas intencionales y los impulsos es permanente. La capacidad de auto control es superior a la de cualquier otra especie, pero no por eso debe considerarse todopoderosa. Siempre quedan trazas de antepasados menos cerebrales. Cuando una mujer llega a la adolescencia, el capítulo sexual se activa, consciente e inconscientemente. Los cambios que empiezan con la menarquia son fundamentalmente hormonales. En eso, el impacto del patriarcado, el machismo o la religión es tenue. Aunque no suena descabellado afirmar que la sexualidad depende de las hormonas, sigue habiendo desconfianza con todas las implicaciones que eso conlleva. Por lo general, se acepta más el discurso de como deberían ser las cosas. Pero, incluso para proponer cambios en las costumbres, en las normas o en las leyes, nunca sobra saber cómo es que el estrógeno y otras hormonas afectan el comportamiento.

A pesar de actuar a través de muchos intermediarios, el estrógeno tiene algo que ver con el deseo femenino y, por esa vía, con la frecuencia con la que ellas quieren tener relaciones sexuales. Por supuesto que no se trata de leyes físicas, o animales, del tipo "las mujeres tiran más mientras están ovulando". Pero, a pesar de las intelectuales más tercas, hay ciertas alteraciones que tienen efectos.

No hay una asociación directa y automática entre los niveles de estrógeno y la excitación física. Pero inconscientemente, por allá abajo a veces pasan cosas que sólo sofisticados aparatos -los arrechómetros- pueden detectar. Y se llega así a simpáticas situaciones en las que "los genitales femeninos se congestionan con firmeza mientras las mujeres miran pornografía que luego describen como estúpida, trivial y poco erótica".

Un eventual síntoma de subida en el deseo femenino sería ese pequeño porcentaje de ocasiones en las que la mujer toma sóla la iniciativa para las relaciones sexuales. Tal tipo de indicador es complicado pues depende, entre muchas otras cosas, del tipo de contracepción que se esté utilizando. Las píldoras, por ejemplo, alteran las oscilaciones hormonales. Cuando el método es a la vez confiable y no hormonal -como un parejo con vasectomía- se ha observado que las mujeres tienen más tendencia a pedirlo en el pico de la ovulación que durante los demás días del mes. Las subidas de estrógeno presionan. Como quien dice, vestigios del estro.

Los estudios más interesantes han sido realizados con parejas de lesbianas. Sin temor al embarazo, ni hormonas perturbadoras, totalmente libres de las presiones y manipulaciones de los machos insaciables, se ha encontrado que entre estas mujeres "es un 25% más probable que tengan relaciones sexuales y alcancen el doble de orgasmos hacia la mitad de su ciclo que en otros momentos del mes".

Un gigantesco experimento en el que se le pidió a 500 mujeres que tomaran diariamente su temperatura basal y, simultáneamente registraran la intensidad de sus ganas, muestra una sólida concordancia entre el deseo y la cercanía de la ovulación. El asunto, además, se refuerza pues esas mayores ganas, a su vez, las perciben inconscientemente los hombres que rodean a las mujeres. Aún no se sabe si es a través de las feromonas o de señales corporales inconscientes, pero se ha encontrado una extraña asociación entre el ciclo ovulatorio de las bailarinas de strip tease y las propinas que reciben.

La estrategia del estrógeno parece consistir en sensibilizar al máximo los sentidos de las mujeres. Tanto la visión como el olfato, por ejemplo, mejoran considerablemente con la ovulación. Sería un mecanismo del tipo "que no se me escape lo que realmente vale la pena". La mayor ventaja del estrógeno es que su efecto depende del contexto. No da órdenes ciegas del tipo "vaya y tire", sino que simplemente refina las antenas femeninas para percibir señales que en otras oportunidades pasan desapercibidas. Como asistente en la tarea del flirteo, el estrógeno es sobre todo activo entre las jóvenes, que necesitan indicaciones y orientación. Esas que a veces quedan embarazadas sorpresivamente, tal vez porque no supieron administrar esos cíclicos y súbitos excesos de demanda por sus hormonales encantos. Con los años, como con las pepas, los altos y bajos del estrógeno se suavizan y los impulsos le ceden el paso a la experiencia, o al patriarcado.