Son comunes las historias de cuernos. Algunas infidelidades son ocasionales y fugaces. Otras son transitorias: la persona infiel sale de un nido y prepara el otro.
A pesar del misterio, son más frecuentes en el país los deslices masculinos. Según dos encuestas nacionales, una del 2008 y otra del 2011, más de la mitad de los colombianos han sido infieles, contra cerca de un tercio de las mujeres. En otro sondeo realizado entre universitarios las diferencias por género son menores, pero entre quienes reportan haber sido infieles varias veces los mujeriegos barren.
En todas las preguntas relacionadas con la infidelidad las respuestas positivas de los hombres superan las de las mujeres. Parece común que él ponga cuernos mientras ellas –la pareja y la otra- le son fieles. Es lo que ocurre con la sucursal, una iniciativa bien masculina que merece capítulo aparte.
Unas infidelidades tan audaces que deben ser fugaces, son las que ocurren por ahí, en el entorno cercano, y también son un asunto muy varonil.
No es fácil explicar por qué unas personas son infieles y otras no. Para las diferencias por género, conviene no limitarse a los discursos tradicionales -como el machismo, las leyes de adulterio o la religión- que son insuficientes. Precisamente, no ayudan a explicar la infidelidad femenina, que es antigua y complementa la masculina.
Los darwinistas tienen una teoría simple, consistente con estos datos. En la pareja típica, él aprecia más la variedad, le gustan las aventuras cortas y estará tentado a ser infiel con cualquier mujer más joven y bonita. Ella, más selectiva, con menor inclinación por lo efímero o casual, se sentirá atraída por hombres de mejor posición, mayor riqueza, poder, fama, o generosidad que su parejo. No se trata de una ley a rajatabla sino de inclinaciones, o impulsos instintivos. A ellos los atraen las reinas de belleza y a ellas los reyes de verdad. Se puede pensar que estos cuentos de hadas moldean los gustos, o bien que gustan porque dan en el clavo. Lo más sensato es aceptar que ambas cosas influyen y se refuerzan.
Sea cual sea el origen de este guión tan popular, una consecuencia es que con los años, los hijos, las arrugas, la consolidación de la carrera, el progreso económico y la acumulación de poder, la posibilidad de ser infiel se amplía para ellos y se restringe para ellas. A las inclinaciones se suma la realidad del mercado. Los cuernos son tercos opositores de la equidad de género. Empresarios exitosos, funcionarios VIP, reyes reales, intelectuales o artistas de renombre, todos con sus fieles esposas, encajan en el patrón que, no sobra reiterar, admite notorias excepciones. Si, como ocurre en varias ciudades del país, la demografía aporta un exceso de mujeres y la economía riqueza mal repartida, la tendencia se consolida.
En las grandes ligas de los negocios y la política –legales o no- el afán de renovación de pareja se torna obsesivo en los varones, y la disponibilidad de féminas agraciadas parece inagotable. En Colombia, las historias de mafiosos con su séquito de reinas ilustran a la perfección el escenario. De los entornos más institucionales se sabe menos. Hemos adoptado el esquema francés de la discreción, que protege la intimidad de los poderosos, y sus eventuales indelicadezas, en detrimento del resto de nosotros. Pero se puede intuir que en la legalidad pasa lo mismo que en el bajo mundo: unos pocos se quedan con muchas. Con total liberté y poca fraternité, los cuernos también atentan contra l’égalité.
En uno de los pocos libros colombianos sobre el tema, tres psicólogas cuentan que a Mónica, casada con Esteban, se le “apareció Ricardo, que ocupaba una posición prominente en la organización y que además era encantador y seductor … la hizo sentir como en las nubes. Jamás se imaginó que un hombre al que ella veía como exitoso, brillante, de mundo y con posición se fijara en ella”.
La encuesta hecha en un parvulario de líderes no permite contrastar en detalle la teoría. Pero sí corrobora el liderazgo masculino en los cuernos. El único factor que ayuda a discriminar a los infieles reincidentes es ser hombre, siendo cinco veces más probables los mujeriegos que las mujeres para quienes aún no se acuña un vocablo equivalente. (Las lideresas de la campaña pro balance de género en el idioma deberían corregir esta falla, que tal vez restringe aún más la infidelidad femenina).
Con la muestra total de estudiantes, ni el estrato, ni el lugar de origen, ni el estado civil de los padres durante la adolescencia, ni el tipo de colegio, ni la religiosidad –propia o de la familia- ni siquiera la infidelidad del padre o la madre ayudan a discriminar a quienes han puesto los cuernos con frecuencia de los demás.
El análisis por género indica que los hombres con padres separados –tal vez por alguna infidelidad- tienen dos veces más chances de poner los cuernos. El mujeriego se hace, o nace y el entorno lo refuerza. Para las mujeres, el tipo de familia no influye. Hay un leve efecto represivo, no significativo, del colegio religioso. La orientación sexual sí permite separar a las muy infieles de las demás: en lesbianas o bisexuales, la probabilidad de los cuernos reincidentes es más del doble que en las heterosexuales. Otra dimensión, además del sexo con extraños, en que la orientación sexual afecta conductas en las mujeres pero no en los hombres.
En últimas, de acuerdo con esta encuesta y varios testimonios, aunque ser hombre –o mujer no heterosexual- definitivamente contribuye, parecería que en eso de la infidelidad simplemente, y casi por azar, se cae. Belleza y juventud les bajan las defensas a ellos, mientras el poder las hace vulnerables a ellas. A veces la aventura cuaja. Otras veces no, pero queda gustando y, roto el tabú, se reincide. Como en muchos otros juegos, en este de la infidelidad los hombres poderosos tienen más chances de salirse con las suyas.